15 may 2015

El ruido en San Francisco

La Voz de San Justo (15/05/2015)
El ruido, un problema ciudadano

Estudios sociales realizados el año pasado por consultoras privadas dan cuenta de que cerca del 100 por ciento de los porteños considera que vive en una ciudad con exceso de ruido. Algo parecido ocurre también en otros puntos del país como Santa Fe y Córdoba, en dónde el 74 y el 70 por ciento respectivamente de los encuestados no está conforme con el nivel al que se ven expuestos. Si se hiciera un sondeo similar en San Francisco quizás los índices de respuestas se hallen también en esos niveles.
Porque el ruido ambiente en la ciudad es, por momentos, muy alto. Si bien existe una nutrida legislación municipal sobre el tema, parece ser que las normas no se cumplen de manera cabal. No sólo porque el Estado no hace bien su parte, sino fundamentalmente en virtud de que se están perdiendo los más elevados criterios de convivencia civilizada y de respeto hacia los semejantes. Diversos estudios médicos han mostrado que existe una relación entre el estrés inducido por exposición al ruido y los niveles de cortisol, durante y después de la exposición. La regulación rítmica del cortisol –hormona que se libera ante situaciones estresantes- es un factor importante para sobrellevar de forma adecuada el estrés físico o psicológico. Las alteraciones producidas por estas situaciones suprimen algunos de los aspectos del sistema inmune. Este modelo fisiológico se enriquece, complementa y es inseparable de un modelo más psicológico, en el que se contempla cómo el sujeto valora la importancia, el daño o la amenaza de un determinado factor de estrés (el ruido), el poder o capacidad de control sobre él y establece mejores estrategias de respuesta para afrontarlo. Según la Organización Mundial de la Salud, el límite de "ruido molesto" comienza con 70 decibeles y si se supera puede implicar un riesgo: "Hay que tener en cuenta que el daño no sólo es provocado por el nivel sino también con el tiempo de exposición al mismo", indican. Por ejemplo, 70 decibeles equivalen al sonido de una aspiradora y 80 al de un tren. El tráfico o una pelea entre dos personas ya alcanza los 90 (dB). Demás está señalar que innumerables situaciones de la vida cotidiana exceden con largueza estos niveles, provocando trastornos que no siempre son visualizados como un problema por la comunidad. Ejemplos sobran para graficar la realidad: los escapes de las motos y autos, algunas máquinas que trabajan en la calle, algunos centros de diversión nocturna que no respetan las ordenanzas en torno a los decibeles de la música, personas que no respetan el descanso de sus vecinos y jóvenes especialmente durante las madrugadas domingueras que atormentan y desvelan a cientos de personas con gritos, peleas, bocinazos y demás. Bajar el ruido debiera ser un objetivo de gobierno. Incluso bien podría incluirse este objetivo en las plataformas electorales de quienes aspiran a sentarse en el principal sillón del Palacio Tampieri. Por lo pronto, es preciso reclamar que se tome nota de que las herramientas de control y sanción para ajustar los sonidos ambientales a los niveles permitidos existen y deben ser cumplidas.

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