19 jun 2014

Igualmente amenazadas por plaguicidas

La Voz del Interior (19/06/2014)
Angela Merkel y Malvinas Argentinas, igualmente amenazadas por plaguicidas

Por Raúl Montenegro - Profesor de Biología Evolutiva en la UNC y Universidad de Franche Comté, en Francia; presidente de Funam y premio Nobel Alternativo

El 26 de mayo pasado, este diario publicó las siguientes declaraciones del bioquímico Fernando Manera: “Si analizáramos a Angela Merkel (canciller de Alemania), por ejemplo, encontraríamos proporcionalmente lo mismo que en Malvinas Argentinas”.
Se refería a los plaguicidas clorados hallados en cinco adultos y dos niñas de esa ciudad, como resultado de 10 muestras analizadas por la Universidad de Buenos Aires.
Leí tales declaraciones en Alemania, donde me encontraba como profesor invitado en la Universidad de Kassel. Casualmente, días antes habíamos estado comparando la presencia de plaguicidas en ciudadanos de Argentina y varios países europeos.
Ignoramos los residuos que tiene Angela Merkel en su sangre. Algo es evidente, sin embargo: Monsanto no está por instalarse junto a la casa de la canciller, sino cerca de los vecinos de Malvinas Argentinas.
El hecho de que muchas personas tengan residuos de plaguicidas y que varias de esas sustancias sean las mismas es una mala noticia para todos. Implica que todas esas personas, vivan donde vivan, están en riesgo, pues las pequeñas dosis de plaguicidas clorados, por ejemplo, pueden afectar el sistema hormonal y el sistema inmune, además de ser posibles cancerígenos humanos, según la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (Iarc). Tal la situación del beta HCH y del DDT.
En el caso de Malvinas Argentinas, la existencia comprobada en sangre de esos dos plaguicidas antiguos, y la casi segura presencia en sangre o en orina de plaguicidas recientes –como alfa y beta endosulfán, glifosato y ácido aminometilfosfonico (Ampa)– implica que cualquier actividad que “agregue” más residuos de plaguicidas aumentará el riesgo sanitario que ya tienen las personas contaminadas.
En Malvinas Argentinas, dos fuentes locales de riesgo son la “fumigación” en la periferia, que continúa de manera impune, pues la Municipalidad local rechaza la fijación por ordenanza de una franja periurbana libre de plaguicidas, y el peligroso comercio informal de envases vacíos de agroquímicos.
Pero el mayor riesgo sanitario potencial en Malvinas Argentinas es la acondicionadora de semillas de maíz que pretende construir allí Monsanto, pues dispersaría residuos de plaguicidas, al manipular las espigas ya contaminadas (ingreso, deschalado, secado), al desgranarlas y al usar insecticidas y fungicidas en silos y acondicionamiento de semillas.
No sería, por otra parte, “una planta más”, sino la mayor acondicionadora mundial de semillas transgénicas de maíz.

Concentración en sangre
Pero volvamos a Alemania. Los análisis realizados en 2013 por el Laboratorio Médico de Bremen sobre 182 muestras individuales de orina procedentes de 18 países europeos mostraron que 80 de estas fueron positivas para trazas de glifosato y Ampa (un derivado del glifosato).
Los seis países europeos con mayor cantidad de muestras positivas fueron Malta (90 por ciento), Alemania (70 por ciento), Gran Bretaña (70 por ciento), Polonia (70 por ciento), Holanda (63 por ciento) y República Checa (60 por ciento).
Grandes empresas alemanas rápidamente minimizaron los efectos sanitarios que podían tener esos hallazgos (algo similar a lo sucedido en Córdoba cuando se difundió el estudio exploratorio de Malvinas Argentinas). Pero no mencionaron los numerosos trabajos de buena ciencia en los que se demuestra cómo muy bajas concentraciones de glifosato producen malformaciones en los embriones de varias especies de ranas, alteraciones en mamíferos y letalidad en cultivos de células humanas.
En consecuencia, además de la cantidad de plaguicidas que están presentes simultáneamente en una persona (cóctel), también son importantes sus respectivas concentraciones.
Uno de los muchos análisis individuales disponibles en Argentina muestra que la sangre de un individuo expuesto tenía cuatro plaguicidas antiguos (HCH, HCB, clordano, DDT) y uno reciente (endosulfán), dos de ellos a valores muy altos: 24,9 nanogramos de HCH por mililitro (ng/ml) y 4,5 ng/ml de endosulfán.
El problema es que todos ellos –los cinco plaguicidas–afectan el sistema hormonal (son disruptores endocrinos). ¿Cómo puede un profesional sostener que “todos” tenemos los mismos plaguicidas antiguos, como si esto redujera su toxicidad y efectos negativos?
Además de ser técnicamente incorrecto, no todos tenemos los mismos plaguicidas, ni las mismas concentraciones, ni los mismos riesgos. La buena ciencia ha demostrado que tener plaguicidas en tejido graso y sangre –aun en pequeñas concentraciones– es un riesgo para la salud. Así de simple.

Vacíos inaceptables
En Argentina no hay laboratorios que puedan medir a escala comercial la presencia de glifosato y Ampa en orina humana y sangre. Por eso no se midió glifosato en los vecinos de Malvinas Argentinas.
Esta situación –conveniente para las grandes corporaciones– es inaceptable si recordamos que en Argentina, durante la campaña 2012-2013, se utilizaron 317 millones de litros de plaguicidas, en gran parte glifosato.
Otro vacío inaceptable es que la Provincia no hace un monitoreo continuo de contenidos de plaguicidas en personas, otros seres vivos, suelo, agua y alimentos. Sólo se mide en casos conflictivos.
La Provincia tampoco realiza un monitoreo epidemiológico continuo para registrar las enfermedades y la mortalidad por todas las causas. Una excepción es el registro provincial de tumores de Córdoba, que en 2014 difundió –tardíamente– la estadística del período 2004-2009.
Su mapa de mortalidad por cáncer, con gran cantidad de casos en las zonas hipersojeras del este y sudeste, ratificó una luz roja que venimos encendiendo desde hace años.
Todos estos vacíos dejan sin protección a la ciudadanía en general, aunque los más afectados son los embriones y fetos en formación, los bebés y los niños expuestos.
Al mismo tiempo, convierten a la provincia en un paraíso para las grandes corporaciones biotecnológicas y los cultivos transgénicos, ya favorecidos por desmontes impunes, nula medición de la pérdida de biodiversidad y deficiente control del contenido de plaguicidas en granos, otros productos agropecuarios y alimentos.
Los numerosos análisis independientes realizados en la Argentina sobre presencia de plaguicidas en seres humanos –que contrasta con la ausencia de evaluaciones gubernamentales– muestran crecientes números de personas con mayor cantidad de plaguicidas y concentraciones.
La presencia de estos residuos es tan inaceptable entre nosotros como en Angela Merkel. Aquí y en el resto del mundo, las pequeñas dosis de variados plaguicidas, y sus cócteles, pueden provocar daños genéticos, enfermedades y malformaciones. Por eso, cualquier minimización es científicamente incorrecta y socialmente irresponsable.

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