13 jul 2009

Mar Chiquita o la bendición maldita

La Voz del Interior (13/07/2009)
Mar Chiquita o la bendición maldita

Se impone una acción del Gobierno provincial para coordinar con otras provincias las obras de aprovechamiento de las aguas de los afluentes de la laguna Mar Chiquita para no perjudicarla aún más en el actual ciclo de pronunciada bajante.
La historia de la laguna Mar Chiquita, también conocida como Mar de Ansenuza, y sobre todo la de su población ribereña, Miramar, está llena de matices. Los cambios, tan contradictorios que ese maravilloso espejo de agua salada ha pasado, alternativamente, de ser una bendición a convertirse en una maldición, estuvieron siempre vinculados a las variaciones en el nivel de la laguna, cuyas aguas a veces se acercan tanto que inundan a la población y a veces se alejan de tal manera que dejan la sensación de que se han secado para siempre.
A raíz de ello, Miramar ha vivido episodios extraordinarios como si fuera lo más natural del mundo. A mediados del siglo 20, era el punto de Córdoba más visitado por turistas no sólo cordobeses, sino también porteños, santafesinos e incluso extranjeros, enterados de las propiedades terapéuticas de sus arenas de alta salinidad.
Con antecedentes de períodos en los que la laguna se secó (1944-’55 y 1968-’71), en 1986 se produjo un aumento de nivel sin precedentes que dejó bajo el agua a media Miramar, incluidos los grandes hoteles que se habían construido en sus riberas. Los ingentes esfuerzos de los pobladores que recurrieron a las más variadas metodologías para frenar el avance de las aguas no lograron impedirlo.
Pero el episodio que marcaría el alma de los habitantes de Miramar sería la decisión tomada en 1992, a través de un convenio con el ejército, de detonar las partes de la ciudad que habían quedado bajo el agua. El 15 de setiembre de ese año, con estruendos y dinamita, Miramar decía adiós a una parte de su historia.
Lejos de ese episodio tan singular, con la brisa de cambios importantes en la gestión a través de entes regionales como el Erem.Nec (Ente Regional de los Estados Municipales del Nordeste Cordobés), la laguna –reconocida como humedal de importancia internacional y reserva de biosfera– está bajando desde 2003, lo que deja en sus costas extensas playas de sal que el viento suele levantar formando nubes que llegan hasta Villa María o Bell Ville.
Por cierto, el repaso histórico anterior muestra que la laguna tiene ciclos naturales de mayor ingreso de agua y otros de bajante que no dependen de la acción humana, al menos en forma directa.
Pero ahora la sospecha es que la naturaleza se está distorsionando con las extracciones cada vez mayores de agua para el consumo humano, agropecuario e industrial que se hacen sobre los ríos que la alimentan, en especial Salí y Dulce, que son sus principales afluentes.
Existen desde hace mucho tiempo diques y canales sobre el río Dulce que disminuyen el ingreso de agua a la laguna. La preocupación es que, en el actual período de bajante, se conocen proyectos de crear nuevos acueductos para derivar aguas del río Dulce hacia Santiago del Estero y Santa Fe.
Pese a las advertencias de Promar, un programa de investigación, educación y extensión que lleva a cabo el Posgrado en Manejo de Vida Silvestre de la Universidad Nacional de Córdoba, el tema no estaba en la agenda del Gobierno provincial. Incluso causó inquietud la idea deslizada por el gobernador, Juan Schiaretti, acerca de impulsar un acueducto en el río Dulce para paliar el déficit de agua en la provincia.
Ahora, a partir de la difusión de la crítica situación que atraviesa la laguna, la Secretaría de Ambiente de la Provincia anunció que prepara un relevamiento aéreo del río Dulce para verificar la existencia de tomas de agua.
Sería un primer paso imprescindible para comenzar a tomar acciones concretas y coordinadas a fin de planificar la utilización de los afluentes de la laguna, lo que evitaría males mayores.
Porque, como acotó el biólogo Erio Curto, coordinador del Promar, "no se trata sólo del valor ambiental, sino también del impacto social y económico".
En ese sentido, como lo saben tan bien los habitantes de la región, no es lo mismo vivir a orillas de una laguna que junto a una gran salina.

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