20 nov 2007

Tala en Ballesteros

El Puntal de Villa María (20/11/2007)
Tala indiscriminada de árboles en el microcentro de Ballesteros Norte

Un parque con pinos de más de cien años fue talado en menos de un mes por nuevos propietarios. A dos cuadras de allí, la vecina Elsa Rezler lucha para salvar un algarrobo de una inminente motosierra El domingo 11 de noviembre, Elsa Rezler se despertó más sobresaltada que de costumbre. Unos duros golpes de hacha le llegaron desde el fondo de su patio. Los golpes retumbaron en su interior como si alguien estuviera talando sus brazos y sus piernas. Salió en camisón al patio y vio a un hombre en mangas de camisa. El hombre, que ya había socavado la circunferencia del viejo algarrobo se aprestaba a cortar de cuajo las raíces; aquellos tentáculos con que el pobre titán de 9 metros de altura se había agarrado durante más de un siglo a la tierra. Elsa, desesperada, le gritó: “¿Pero qué hace usted en el patio?” El hombre, secándose la frente con un trapo, le dijo “nada señora, la nueva dueña me pagó para que saque el árbol y yo hago mi trabajo”.

Historia de un algarrobo que agoniza
Cabe aclarar que el inmueble del matrimonio Mc Cormack-Rezler es producto de la subdivisión de una antigua casona del pueblo (la casona de los Juárez) que contaba con un gran patio. Y era en el centro mismo de dicho patio donde se levantaba y aún se levanta, pobre y malherido, el algarrobo del litigio. Los Juárez vendieron la otra mitad hace pocos meses, y la nueva compradora decidió operar sobre el indefenso ser vivo; aún sin saber a cuál de las dos casas pertenecía la planta. Y en el caso de pertenecer a una de las nuevas dueñas ¿tendría ésta la injerencia de decretar su muerte?
Esto fue, casi textual, lo que Elsa le dijo la mañana del 11 de noviembre al hachero: “¿A usted le parece que ese árbol le pertenece a los nuevos dueños?”. Pero al ver el rostro inocente del trabajador, quizás algo asustado por una reacción que no se esperaba de parte de la mujer, Elsa continuó más tranquila: “Mire, el árbol tampoco me pertenece a mí. Pero éste no es cualquier árbol; es el único árbol del patio. Un árbol que yo amo. Que me ha dado sombra durante diez años y que merece un cuidado. Le pido por favor que no lo siga lastimando, que ya bastante daño le han hecho la semana pasada con la motosierra. Yo voy a hablar mañana con los dueños”. “Como quiera, señora”. Y el hombre, con esa amabilidad que caracteriza a la gente sencilla del pueblo, tomó su hacha, su pala, saludó y se fue.
“Ahí fue que comenzó mi odisea para salvar el árbol”, comentó Elsa desde su casa de Roque Sáenz Peña 176 oeste, a una cuadra de la iglesia. “Lo primero que hice fue hablar con la dueña, pero ella me dijo que planeaba hacer una pileta de natación y que al árbol lo voltearía tarde o temprano. Fue inútil que le hiciera ver lo que ese árbol significaba no sólo para mí, sino incluso para Ballesteros. Pero ella no me escuchó.

Después fue mi marido el encargado de hablarla, porque yo tengo miedo de ponerme muy nerviosa y decirle cualquier cosa. La última información que tuve es que tiene pensado hacer una medianera divisoria de 2,20 metros de altura, para lo cual le van a tener que cortar una de las ramas troncales que le quedan al algarrobo” Y Elsa, poniéndose en puntas de pie, marca con la mano la altura en donde rebanarán uno de los últimos brazos con que el gigante se eleva al cielo en busca de la luz. “Pero ya sé para qué quieren hacer la tapia. Es para que el árbol les quede de su lado. Una vez allí, lo van a arrancar tranquilos. Pero yo quiero defender a este árbol al precio que sea. Quisiera saber si no tiene algún derecho, si no existe alguna ley o alguna organización que lo defienda y lo preserve. Quisiera saber si alguien se pone de mi lado y me ayuda a mantenerlo vivo”.
El algarrobo del patio de Elsa, según un experto le comentó, tendría entre 100 y 150 años, y habría estado allí mucho antes incluso de que los Juárez levantaran su propiedad a principios del siglo XX. Del desdichado árbol, hoy sólo queda un tronco de 2,70 metros de circunferencia y dos ramas troncales, de 2,20 metros de ancho cada una. A pesar de sus ramas taladas y sus raíces heridas, nuevos brotes han reverdecido de sus troncos; como si el pobre ser vivo quisiera gritarles a todos su deseo de seguir viviendo.

La vieja casa de los Caballero y su parque depredado
Hace cien años y también en calle Roque Sáenz Peña levantaba su mansión de doble frente una de las familias más ilustres de Ballesteros: los Caballero. La casa, emplazada frente a la iglesia, estaba construida en un estilo italianizante que combinaba detalles coloniales en sus rejas y ventanas. La casa había tomado con el tiempo un tinte de verdoso musgo en sus paredes, detalle que le confería una mayor majestad a su perdido linaje. Pero lo que más impactaba de la casa de los Caballero era, sin dudas, su parque. Situado en la parte de atrás del inmueble y sobre callejón Fraternidad, aquel parque reverdecía junto a una veintena de maravillosos árboles: pinos, moras, palmeras y eucaliptos. Los pinos alcanzaban una altura proporcional a la base del campanario de la iglesia; y los días de lluvia o de niebla, la tupida vegetación de aquel patio competía con la de algún castillo medieval francés. Ante los ojos amanecidos de los ballesterenses, el patio más viejo del callejón se revelaba como una súbita aparición en la bruma. Todo un ecosistema de pájaros y palomas vivía en aquellas alturas, mientras que el bosquecito servía de pulmón no sólo a esa manzana sino a todo el microcentro ballesterense, que nunca contó con gran vegetación ni ancestrales plantas de más de diez metros, producto de una negligencia forestal en su trazado.
Pero hete aquí que el parque de los Caballero, bello como una ensoñación impalpable, se esfumó hace pocos días. El terreno fue adquirido por una acaudalada familia del pueblo, la casa demolida, y el parquecito arrancado de cuajo en menos de un mes. Hoy, frente a la iglesia, sólo puede verse un terreno baldío plagado de escombros y el último eucalipto que se levanta entre un devastado paisaje de bombardeo. Pero el viejo eucalipto de los Caballero también tiene sus días contados, o mejor dicho, sus horas contadas: un hombre, pala en mano, ya terminó de cavar la circunferencia que lo rodea, ya dejó al desnudo sus tentáculos de húmeda madera roja como venas al aire libre y pronto vendrá con el hacha a talar lo que aún lo agarra con optimismo a la vida. Pronto, de aquel verde predio, sólo habrá quedado un baldío; y luego, seguramente, un elegante chalet sojero que se levantará, como un castillo de ignorancia, sobre un cementerio de inconciencia.

¿Conciencia? ¿Qué conciencia?
Lo que uno se pregunta es si la Municipalidad de Ballesteros alguna vez tomará cartas en el asunto para preservar estos escasos patrimonios ecológicos que son irrecuperables. Porque si bien es cierto que esos árboles pasaron a pertenecer a nuevos dueños, ¿éstos tienen derecho a legislar sobre algo que debiera ser un bien común? Máxime si se tiene en cuenta que el intendente Bauk recuperó viejos árboles públicos cercándolos para protegerlos. Una excelente medida en tiempos de tala indiscriminada y de una conciencia que se desvanece cada día ante un buen fajo de billetes.

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